El Buddha
¿Quién fue el Buddha?
Buddha no fue un dios, sino un hombre cuyos propios esfuerzos lo llevaron a la iluminación. Nació en una familia real en el siglo VI antes de Cristo, en Lumbini, casi a los pies de los Himalayas, parte que actualmente corresponde a Nepal. Los acontecimientos más importantes de su vida — su nacimiento, iluminación y muerte — todos sucedieron en el mes de mayo, en un día de luna llena.
Al futuro Buddha se le dio el nombre de Principe Siddhatta y a los diecisesis años se casó con la encantadora princesa Yasodhara. Su vida estuvo llena de placeres interminables y privilegios. Él no tenía cuidado del mundo. Su padre, sin embargo, sí.
Poco tiempo después de su nacimiento, varios astrólogos predijeron que Siddhatta estaba destinado a ser un gran gobernante o un Buddha. Como su padre no quería que su hijo llegara a ser un asceta religioso, protegió a Siddhatta de toda forma de fealdad y dolor, con la esperanza de que ignorara el sufrimiento de la vida. Al mismo tiempo, intentaba fortalecer el apego de su hijo por los placeres mundanos.
Esa estrategia funcionó hasta que Siddhatta, en uno de sus recorridos en carroza a través del reino, vio a un anciano, un hombre enfermo y un cadáver. Finalmente, percibió el cuarto "signo", a un monje. Esa experiencia fue el punto de inflexión que cambió la dirección de su vida. El descubrir que la existencia estaba marcada con el sufrimiento, lo afectó tan profundamente que tomó la determinación de dejar su privilegiada vida para buscar una solución duradera. No obstante que su esposa acababa de dar a luz a su hijo y a pesar de que su vida parecía perfecta, de acuerdo a los patrones convencionales, Siddhatta se preguntó a sí mismo: ¿Por qué si estoy sujeto a nacer, envejecer, a dolencias, a la muerte, a pesares y al efecto de las negatividades, busco aquello que también está sujeto a esas mismas condiciones? Supongamos que estoy sujeto a estas condiciones y he visto el peligro en ellas, ¿qué tal si busco no nacer ni envejecer ni tener penas ni morir ni estar atado al efecto de la contaminación mental, el supremo cese de las ataduras: Nibbana? (Majjhima-nikaya 26.) Y así, a la edad de veintinueve años, dejó el palacio y renunció al mundo.
Durante los siguientes seis años vagó por India siendo un asceta sin casa y estudiando con los más grandes maestros espirituales de su época. En ese tiempo la práctica de auto mortificación se reverenciaba como un medio para alcanzar elevados estados espirituales. Siddhatta era un estudiante con intensa determinación. No dudaba en seguir ningún método sin importarle lo doloroso que fuera, si había la más ligera esperanza de que lo llevara a estar libre del nacimiento y de la muerte. Entre otras austeridades, practicó el ayuno intenso. A pesar de estar al borde de la muerte no tenía miedo, pensaba que en el momento de fallecer, podría alcanzar el pináculo que buscaba. Después de seis años de lucha, aún cuando sus renombrados maestros lo consideraban su igual y su cuerpo estaba emancipado por el esfuerzo realizado, aún no estaba cerca de alcanzar el objetivo de la total liberación del sufrimiento.
Finalmente, después de haber sondeado el conocimiento de los mejores maestros de su tiempo y de haber encontrado que algo le faltaba, Siddhatta tomó la decisión de buscar la verdad por su cuenta. Si la mortificación personal fuese el sendero de la iluminación, razonó y se preguntó ¿no la habría ya encontrado? Asimismo, pensó, "siempre que un monje o brahmán haya sentido en el pasado o sienta en el futuro o ahora, una sensación penetrante de tortura dolorosa, debida al esfuerzo realizado, podrá igualar ésta que tengo, mas no superarla. Sin embargo, con esta agotadora penitencia no he alcanzado esa distinción más elevada que el estado humano, propia del conocimiento y visión de aquellos individuos de nobleza mental. ¿Habrá otro camino para llegar a la iluminación?
En una ocasión, de niño, Siddhatta había entrado en un estado de meditación espontanea cuando estaba sentado a la sombra de un árbol. De pronto, recordó esa experiencia y se preguntó, ¿podría ser ése el camino de la iluminación? Así parecía serlo. Había llegado tan lejos como había podido con el placer y el dolor. Se le ocurrió que sólo el Camino medio entre los extremos del placer sensual y la mortificación personal podrían dirigirlo a la libertad: Nibbana. Al darse cuenta de que un cuerpo débil no podría realizar el trabajo de liberar la mente, renunció a la práctica del ayuno. Cuando los cinco ascetas que habían sido sus compañeros, lo vieron comiendo un bocado de arroz y algo de pan, lo abandonaron, pensaron que había "regresado a los lujos y placeres".
Unos días más tarde, después de recobrar su fuerza, Siddhatta se sentó debajo de un árbol Bo, cerca del río Neranjara, entró en un estado de meditación y tomó la determinación de no levantarse hasta que lograra la clarificación de la mente. Finalmente, después de meditar hasta llegada la noche, vio la verdadera naturaleza de la realidad. Al comprender el funcionamiento de su propia mente y eliminar las trazas que había de ambición, odio y delirio mental, había tocado un elemento inmune al cambio o al dolor – el elemento imperecedero, que no muere: Nibbana. Ya no era más el Príncipe Siddhatta, sino Buddha Gotama, un Completo Iluminado. Finalmente, había alcanzado la iluminacion y comprendió que cualquier ser viviente que hiciera el esfuerzo necesario, también podría iluminarse.
Las primeras palabras de Buddha después de iluminarse fueron: "Busqué, sin encontrar, al constructor de la casa, viajé a través de una ronda incontable de nacimientos. ¡Oh, doloroso es el nacer una y otra vez! Constructor de la casa, te he visto. Ya no levantarás la casa de nuevo. Las vigas se han roto; su estructura se ha destruido, también. Mi mente ha encontrado a la Nibbana sin forma y ha alcanzado el final de toda clase de apegos". (Dh. 153-54.)
A la comprensión de Buddha de la verdad última se le llamó: "Las Cuatro nobles verdades". Debido a que estas verdades eran profundas, sutiles y podrían verse sólo después de un esfuerzo diligente, Buddha dudó que otras personas fueran capaces de entenderlas. Mientras pensaba en esto, un ser celestial descendió a la Tierra para persuadirlo de que compartiera su conocimiento. En ese momento, Buddha, en el ojo de su mente vio la imagen de un estanque de lotos. Entendió que, así como algunas flores estaban hundidas en el agua y otras habían subido a la superficie, listas para abrirse a la luz del sol, de la misma manera, las mentes de los seres humanos tenían diferentes niveles. Algunas estaban listas para entender el Dhamma (la verdad o la ley). Esos seres captarían sus enseñanzas.
En el Parque de los Venados en Isipatana (ahora Sarnath, India), Buddha explicó su descubrimiento a sus compañeros de años atrás; los cinco ascetas que lo habían abandonado. A pesar de que al principio eran excépticos, estaban dispuestos a escucharlo. Pronto, los cinco clarificaron su mente. Buddha dedicó cuatro y media décadas a difundir sus enseñanzas por toda India, explicó las Cuatro nobles verdades y el Camino medio a todas aquellas personas que estuvieran listas para entenderlas, independientemente de sus situación económica, edad, sexo o casta. Su "Dhamma" estaba disponible para todos: Leprosos sin un centavo y demonios, así como reyes. Esa actitud era desconocida en ese tiempo y lugar. Buddha instruyó a monjes, monjas, hombres laicos, mujeres laicas, asesinos, espíritus y a seres celestiales sobre el sufrimiento de la vida y el camino para eliminar el padecer mental. Sin embargo, él no podía otorgar la iluminación, sólo señalar el camino. Cada individuo debía andar el sendero por sí mismo.
Buddha no era un dios encardado ni parte alguna de un dios. Él nunca proclamó ser inmortal o divino. Su conocimiento tampoco fue inspirado por una divinidad. Apareció con su realización personal de la verdad. Esa verdad liberadora podría encontrarse sólo dentro de cada quien. El motivó a sus discípulos a ser: "una isla para ellos mismos; un refugio dentro de sí mismos. Ninguna persona o fuerza natural manda sobre el destino de cada quien.
La liberación del sufrimiento, enseñó Buddha, era algo que cualquiera podía obtener a través de un esfuerzo simple y persistente. Sí, era un trabajo arduo, pero el premio obtenido: Nibbana, no tenía precio. El sendero de la iluminación se encuentra en la práctica que Buddha llamó el Camino medio y el Sendero óctuple.
El eje de este Sendero es la práctica de vipassana o meditación de introspección. Al seguir esta técnica uno puede desarrollar el conocimiento para penetrar a través del delirio mental y percibir los fenómenos como realmente son. Cuando se logra ver la realidad claramente, uno se libera del sufrimiento. Buddha nunca pidió fidelidad ciega a sus discípulos, promovía la libertad de pensamiento, constantemente les recomendaba que pusieran a prueba sus enseñanzas. "La personificación de la compasión, Buddha promovía la no violencia. Enseñó a sus discípulos a no matar o dañar a otras criaturas ni siquiera a un insecto.
Se dice que todas las mañanas Buddha revisaba el mundo con su "ojo" psíquico, buscando personas a las que pudiera ayudar. Con el tiempo, Buddha regresó al palacio de su padre a enseñar el Dhamma para beneficiar a los suyos. Varios miembros de su familia, incluyendo la esposa que había dejado, su padre, madrastra e hijo se iluminaron bajo su guía.
Un día Buddha cayó gravemente enfermo después de comer un platillo contaminado, llamado "picadillo de cerdo". Incluso cuando Buddha estaba muriéndose, mostró gran compasión por otros. Le comentó a su asistente Ananda que si el hombre que le había ofrecido el alimento era culpado de su muerte, Ananda le consolara y explicara que había hecho un gran mérito al ofrecerle la comida.
Buddha murió a la edad de ochenta años en un poblado llamado "Kusinara," su vida fue un testamento para el vasto poder de la mente humana. Le había dado a la humanidad su mayor regalo: un método mediante el cual, toda persona podría liberarse a sí misma de la causa del sufrimiento – insatisfacción. Sus últimas palabras fueron un exhorto a sus discípulos: "Todas las cosas condicionadas son impermanentes – ¡esfuérzate, lucha con diligencia!"
Hoy, más de quinientos millones de personas continúan luchando para liberarse.
Traducción: Carola Andujo